Nuestro compromiso
Construir el Buen
Vivir - Sumak Kawsay
Alberto Acosta
Candidato presidencial de la Unidad Plurinacional
Quito, 2 de enero del 2013
Candidato presidencial de la Unidad Plurinacional
Quito, 2 de enero del 2013
América Latina, a partir de una
renovada crítica a la idea del desarrollo,
se encuentra en un interesante proceso de
reencuentro con sus orígenes. Por un lado,
se mantiene y recupera una tradición
histórica de críticas y cuestionamientos
elaborados y presentados hace tiempo
atrás, pero que quedaron rezagados y
amenazados de olvido. Por otro lado,
afloran nuevas concepciones, sobre todo
originarias de los pueblos y
nacionalidades ancestrales del Abya Yala,
que se complementan con aportes
provenientes de otras regiones de la
Tierra. Mientras buena parte de las
posturas convencionales sobre el
desarrollo e incluso muchas de las
corrientes críticas se desenvuelven dentro
de los saberes occidentales propios de la
Modernidad, las propuestas
latinoamericanas más recientes escapan a
esos límites.
En efecto, estas propuestas
recuperan posturas clave ancladas en los
conocimientos y saberes propios de los
pueblos y nacionalidades ancestrales. Sus
expresiones más conocidas nos remiten a
las constituciones de Ecuador y Bolivia;
en el primer caso es el Buen Vivir o Sumak
Kawsay (en kichwa), y en el segundo, en
particular el Vivir Bien o Suma Qamaña (en
aymara) y también Sumak Kawsay (en
quechua). Existen nociones similares (mas
no idénticas) en otros pueblos indígenas,
como los Mapuche (Chile), los Guaranís de
Bolivia y Paraguay, los Kunas (Panamá),
los Achuar (Amazonía ecuatoriana), pero
también en la tradición Maya (Guatemala),
en Chiapas (México), entre otros.
Además de estas visiones del
Abya-Yala, existen, en otras muchas partes
del planeta, aproximaciones a pensamientos
filosóficos de alguna manera emparentados
con la búsqueda del Buen Vivir desde
visiones filosóficas incluyentes. El Sumak Kawsay,
en tanto cultura de la vida, con
diversos nombres y variedades, ha sido
conocido y practicado en diferentes
períodos en las distintas regiones de la
Madre Tierra. Por otro lado,
aunque se le puede considerar como uno de
los pilares de la cuestionada civilización
occidental, en este esfuerzo colectivo por
reconstruir/construir un rompecabezas de
elementos sustentadores de nuevas formas
de organizar la vida, incluso se pueden
recuperar elementos de la “vida buena”
de Aristóteles.
El Buen Vivir, entonces, no es una
originalidad ni una novelería de los
procesos políticos de inicios del siglo
XXI en los países andinos, tampoco son los
pueblos y nacionalidades ancestrales del
Abya-Yala los únicos portadores de estas
propuestas. El Buen Vivir forma parte de
una larga búsqueda de alternativas de vida
fraguadas en el calor de las luchas de la
Humanidad por la emancipación y la vida.
Una propuesta
desde la periferia del mundo
El Buen Vivir, en tanto
sumatoria de prácticas vivenciales, muchas
de ellas de resistencia a la realmente
larga noche colonial y sus secuelas
todavía vigentes, es aún un modo de vida
en diversas comunidades indígenas, que no
han sido totalmente absorbidas por la
modernidad capitalista o que han resuelto
mantenerse al margen de ella. Sus saberes
comunitarios, esto es lo que cuenta,
constituyen la base para imaginar y pensar
mundos diferentes en tanto camino para
cambiar éste.
De todas maneras,
siempre será un problema comprobar lo que
es y lo que representa un saber ancestral
cuando probablemente lo que se presenta
como tal no es realmente ancestral, ni hay
modo de corroborarlo. Las culturas son tan
heterogéneas en su interior que puede
resultar injusto hablar de “nuestra”
cultura como prueba de que lo que uno dice
es correcto. Además, la historia de la
humanidad es la historia de los
intercambios culturales y eso también se
aplica a las comunidades originarias
americanas. Es imperioso, de todos modos,
recuperar las prácticas y vivencias de las
comunidades indígenas, asumiéndolas tal
como son, sin llegar a idealizarlas.
Lo destacable y profundo
de estas propuestas alternativas, de todas
formas, es que surgen desde grupos
tradicionalmente marginados. Son
propuestas que invitan a romper de raíz
con varios conceptos asumidos como
indiscutibles y a cuestionar la estructura
homogenizante y totalizadora del
capitalismo. Son las voces de los otros y
las otras, que desde la alteridad demandan
la construcción del Buen Vivir y el
reconocimiento de su capacidad de
propuesta.
Una
alternativa al desarrollo
El Buen Vivir, al surgir
de raíces comunitarias no capitalistas,
plantea una cosmovisión diferente a la
construcción occidental de civilización
hegemónica. Rompe por igual con las
lógicas antropocéntricas del capitalismo
en tanto civilización dominante así como
con los diversos socialismos “reales”
existentes hasta ahora y sus
contradicciones intrínsecas.
La propuesta del
desarrollo, surgida desde la lógica del
progreso civilizatorio de occidente
estableció una compleja serie de
dicotomías de dominación:
desarrollado-subdesarrollado,
avanzado-atrasado, superior-inferior,
centro-periferia, primer mundo-tercer
mundo… Así cobró nueva fuerza la ancestral
dicotomía salvaje-civilizado, que se
introdujo de manera violenta hace más de
cinco siglos en nuestra Abya-Yala con la
conquista europea.
En ese contexto de
proyecciones globales se plasma la
estructura dominante de la actual
civilización. La institucionalización de
la dicotomía superior-inferior implicó la
emergencia de expresiones múltiples de
colonialidad como formas de justificar y
legitimar la desigualdad. La colonialidad
del poder expresada en el mantenimiento de
relaciones de dominación norte-sur, la
colonialidad del saber que impone el
conocimiento occidental homogenizante
pretendiendo anular los saberes populares,
la colonialidad del ser que silencia la
alteridad y la otredad de las minorías, y
la colonialidad del tener que pretende
reducir el Buen Vivir a términos de
consumo, y en ese sentido se cree superior
a quien más tiene.
Dichos patrones de
colonialidad, vigentes hasta nuestros
días, no son sólo un recuerdo del pasado
sino que explican la actual organización
del mundo en su conjunto, en tanto punto
fundamental en la agenda de la Modernidad
y de la Ilustración.
En concreto, a lo largo
y ancho del planeta, las sociedades fueron
y continúan siendo reordenadas para
adaptarse al “desarrollo”. El
desarrollo se transformó en el destino
común de la humanidad, una
obligación innegociable. Para
conseguirlo, por ejemplo, se acepta la
destrucción social y ecológica que
provocan aquellas modalidades
extractivistas de acumulación heredadas
desde la colonia, como la megaminería, a
pesar de que ésta ahonda y profundiza la dependencia del
mercado exterior y del gran capital
transnacional.
Cuando los problemas
comenzaron a minar nuestra fe en el
desarrollo, empezamos a buscar alternativas
de desarrollo, le pusimos apellidos para
diferenciarlo de lo que nos incomodaba,
pero seguimos por la misma la senda:
desarrollo económico, desarrollo social,
desarrollo local, desarrollo rural,
desarrollo sostenible o sustentable,
ecodesarrollo, desarrollo a escala humana,
desarrollo local, desarrollo endógeno,
desarrollo con equidad de género,
codesarrollo… desarrollo al fin y al cabo…
Afortunadamente, incluso en los países del
norte, cada vez más personas desencantadas
e indignadas, ya trabajan por el
decrecimiento y buscan otras opciones de
vida que propendan al reencuentro del ser
humano con la Naturaleza.
Sabemos que el Buen Vivir es algo
diferente al desarrollo. No se trata de
aplicar un conjunto de políticas,
instrumentos e indicadores para salir del
“subdesarrollo” y llegar a
aquella deseada condición del “desarrollo”.
Una tarea por lo demás inútil. Veamos
si no lo acontecido a lo largo de estas
últimas décadas: casi todos los países del
mundo han intentado seguir ese supuesto
recorrido. ¿Cuántos lo han logrado? Muy
pocos, asumiendo que la meta buscada puede
ser considerada como desarrollo.
Luego de cinco siglos de horrores y
errores cometidos en nombre del progreso
-y del desarrollo en las últimas seis
décadas-, queda claro que el tema no es el
de simplemente aceptar una u otra senda.
Los caminos hacia el desarrollo no son el
problema mayor. La dificultad radica en el
concepto mismo del desarrollo.
El mundo vive un “mal
desarrollo” generalizado,
incluyendo los considerados países
industrializados, es decir aquellos cuyo
estilo de vida debía servir como faro
referencial. Esos países, además, son los
principales causantes de los cambios
climáticos a nivel global. Por primera vez en
la historia de la Humanidad la producción
de residuos -producto de toda
transformación de la energía y la materia-
superó la capacidad de asimilación y
reciclaje de la Tierra y la velocidad en
la extracción de recursos comenzó a ser
muy superior al tiempo de producción
poniendo en riesgo la reproducción de la
vida. Este colapso ambiental devela que
las relaciones entre la sociedad
capitalista y la Naturaleza están
enfermas, y que el funcionamiento del
sistema mundial contemporáneo es “maldesarrollador”.
En suma, es urgente
disolver el tradicional concepto del
progreso en su deriva productivista y del
desarrollo en tanto dirección única, sobre
todo en su visión mecanicista de
crecimiento económico, así como sus
múltiples sinónimos. Pero no solo se trata
de disolverlos, se requiere una visión
diferente, mucho más rica en contenidos y
en dificultades.
Recordemos que bajo algunos saberes
indígenas no existe una idea análoga a la
de desarrollo, lo que lleva a que en
muchos casos se rechace esa idea. No
existe la concepción de un proceso lineal
de la vida que establezca un estado
anterior y posterior, a saber, de
subdesarrollo y desarrollo; dicotomía por
la que deben transitar las personas para
la consecución del bienestar, como ocurre
en el mundo occidental. Tampoco existen
conceptos de riqueza y pobreza
determinados por la acumulación y la
carencia de bienes materiales.
El Buen Vivir asoma, entonces, como
una categoría en permanente construcción y
reproducción. En tanto planteamiento
holístico, es preciso comprender la
diversidad de elementos a los que están
condicionadas las acciones humanas que
propician Buen Vivir, como son el
conocimiento, los códigos de conducta
ética y espiritual en la relación con el
entorno, los valores humanos, la visión de
futuro, entre otros. El Buen Vivir, en
definitiva, constituye una categoría
central de la filosofía de la vida de las
sociedades indígenas.
Esta concepción ancestral se
aproxima en nuestra época a otras visiones
que proponen superar el capitalismo
(ecologismo popular, marxismo, feminismo,
etc.), que surgen también desde los
oprimidos y se refuerzan con esta
perspectiva incluyente.
Hacia
un reencuentro con la Naturaleza
El Buen Vivir se funda en la
superación de dos dicotomías perversamente
agudizadas por la modernidad, por un lado
la dominación del ser humano sobre la
Naturaleza y por otro, la explotación
entre seres humanos: norte-sur,
ciudad-campo, y en general de los grupos
hegemónicos por sobre las mayorías de
explotados.
En lugar de mantener el
divorcio entre la Naturaleza y los seres
humanos, en lugar de sostener una
civilización que pone en riesgo la vida,
la tarea pasa por propiciar su
reencuentro. Hay que superar la
civilización capitalista, en esencia
depredadora y por cierto intolerable e
insostenible, que “vive de
sofocar a la vida y al mundo de la vida”,
para ponerlo en palabras del gran filósofo
ecuatoriano Bolívar Echeverría. Para lograrlo habrá
que transitar del actual antropocentrismo
al (socio)biocentrismo y al vitalismo. Con
su postulación de armonía con la
Naturaleza, con su oposición al concepto
de acumulación perpetua, con su regreso a
valores de uso, en este sentido, el Buen
Vivir abre la puerta para formular
visiones alternativas de vida.
El logro de esta
transformación civilizatoria
megahistórica, exige profundos cambios. La
desmercantilización de la Naturaleza se
perfila como uno de los indispensables
primeros pasos. En síntesis, el Buen Vivir se aparta de las ideas
occidentales convencionales del progreso,
y apunta hacia otras concepciones de la
vida, otorgando una especial atención a la
Naturaleza.
El Buen Vivir un
reto democrático
Queda en claro, por lo tanto, que
el Buen Vivir es un concepto plural (mejor
sería hablar de “buenos vivires”
o “buenos convivires”) que surge
especialmente de las comunidades
indígenas, sin negar las ventajas
tecnológicas del mundo moderno o posibles
aportes desde otras culturas y saberes que
cuestionan distintos presupuestos de la
modernidad dominante. El respeto por la
soberanía de los pueblos, por sus
definiciones productivas, reproductivas y
por su construcción territorial permitirá
espacios de intercambio e interrelación
horizontal que rompa finalmente con las
expresiones de colonialidad heredadas.
En síntesis, esta
compleja tarea -conceptualizada en la
Constitución de Montecristi- implica
aprender desaprendiendo, aprender y
reaprender al mismo tiempo. Una tarea que
exigirá cada vez más democracia
consensual, cada vez más participación y
siempre sobre bases de mucho respeto.
Nadie puede asumirse como propietario de
la verdad.-
¡Siempre
más democracia, nunca menos!
Alberto Acosta
Candidato
presidencial de la Unidad Plurinacional
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